Es la una y media de la madrugada y hoy ha sido la final del rugby en Bilbao, o 1 de mayo, u 8 de marzo, lo mismo da. Llevo más de dos horas fregando a mano todos los cacharros del bar. En la muñeca un sarpullido que no logro quitarme. Hoy se ha ganado dos veces el sueldo mensual de una de las empleadas pero ninguna esperamos cobrar las propinas ni el finiquito cuando lo dejemos. Las autoridades, que anuncian estos días con encanto, el evento dejará mucho dinero en los negocios de la ciudad y de hecho ya vienen anunciando la subida de ventas en cervezas a lo largo de la semana (nunca he sabido cómo pueden saber el dato a tiempo real, sin preguntar a nadie). Lo que yo pienso que queda realmente en la ciudad son las toneladas de bazofia de tipología sospechosa que hacemos pasar por eco healthy food ultratrendy veganfriendly foody Instagram de la muerte con la que llenamos las panzas de turistas, parroquianos de usar y tirar, y que mañana serán engullidas por las alcantarillas de Bilbao. Toneladas de mierda, en su máxima expresión, lo que nos deja del monocultivo de la hostelería.
Espero que quien lea esto, no crea que este desahogo no tiene cabida en un blog de arte. Sí, tiene cabida, y posiblemente sea el tema que más debería importarnos a la clase cultural. Mi compañera de trabajo, con la cual he tenido que enfrentarme a las barrigas de cientos de turistas hoy, está muerta de cansancio. Esta noche dormirá 5 horas para poder abrir mañana el taller que comparte con otras compañeras y del que no saldrá hasta que le llegue de nuevo el turno en el bar. La jefa, aun así, no dejará de pedirle que haga más horas porque no piensa que su labor artística en el taller sea un trabajo más, un pasatiempo más bien. Mi compañera está pluriempleada pero, ¿quién iba a reconocerlo? El dinero que genera de la venta de sus piezas no puede llenarle la nevera, no porque no lo gane, sino porque no puede lucrarse. Por el momento la única manera que tienen de sacar adelante el proyecto es convertirlo en asociación sin ánimo de lucro, definición que por sí misma ya suena a hobby, a actividad para pasar la tarde porque te sobra el tiempo.
Yo, por mi parte, no tengo taller pero sí proyectos aquí y allá con los que ir tirando. Sin embargo, los días se me hacen cada vez más largos y pienso en el bar. Mi pareja está harta de oírme despotricar a todas horas y yo también. Pese a trabajar media jornada y de tarde/noche (20 horas semanales, admito que mi horario y mi sueldo no están mal), el trabajo en el bar absorbe todo mi pensamiento a lo largo del día. Es como si los días laborales (que en mi caso no corresponden a los de las personas humanas) sólo me dedicara a esperar a llegar al trabajo. ¿Cómo puedo dedicar tiempo a mis proyectos cuando el trabajo Paco (mer) me absorbe tanto las energías? La teoría parecía fácil: trabajar unas horas al día, ganar dinero y dedicarme a investigar y realizar actividades mientras me mantengo en Bilbao. En la práctica mi horario no me permite asistir a casi ninguna actividad cultural y apenas produzco, ni por activa ni por pasiva. Me diréis que hay maneras de lidiar con eso, que esto es consecuencia de mi actitud; pero debo asumir que es mi manera de ser y estoy seguro que no soy la única persona con estos problemas.
De este desahogo saco dos conclusiones que me gustaría exponer. La primera es la que más discusiones me ha llevado con mi madre, quien no ve claro que mi sueño sea realista, que es tener una editorial. Ella ve más útil que abra un bar, dice que “la gente nunca lee, que sólo come”, y lo cierto es que es la verdad. La hostelería es la gallina de los huevos de oro, inviertes menos de 30 céntimos en una caña y la vendes a 2,20 euros a tamaño zurito porque nunca te va a faltar clientela. Al fin y al cabo, es la salida más fácil que tenemos una vez acabamos los estudios, siempre va a haber trabajo en bares. Y bares es lo que se abre, lo que sustituye tiendas de primera necesidad, lo que ocupa lonjas que podrían haber albergado cualquier otro tipo de actividad, lo que transforma de verdad un barrio, lo que enriquece al paleto y lo que expulsa al arraigado. Y hay que admitir, incluso, que la vía de financiación de muchos proyectos culturales es la de vender cañas y comida en sus espacios, como puede verse en los gaztetxes u otros espacios que seguro que os vienen a la mente.
Pero yo soy una persona que se aferra a unas pocas máximas. Una de ellas es que “todo es cíclico, por lo tanto lo que sube, baja”. Mucha gente me ha rebatido que los bares siempre han sido rentables y que siempre se han abierto, pero por alguna razón intrínseca no soy capaz de creérmelo. No soy capaz de creer que una economía esté basada exclusivamente en el turismo y la hostelería y estoy segura, como con muy pocas cosas en mi vida, de que la burbuja va a estallar. Va a estallar y nos va a arrastrar a todos consigo, porque no hay diversidad, sólo monocultivo. Actividades dedicadas expresamente a asimilar el turismo que llega.
No todo va a ser abrir bares, necesitamos nuevas formas de vivir basadas en nuestras preferencias y habilidades. Una editorial, ¿por qué no? Un espacio dedicado a la teoría, ¿por qué no? Un taller de impresión, alfarería, pintura, arteterapia… ¿Por qué no? Dedicarse exclusivamente a la investigación, ¿por qué no?
He aquí mi segunda conclusión: tenemos mucho miedo, yo la primera, a vivir de nuestras cualidades de forma independiente. Digo independiente, porque también sería bueno depender lo mínimo de subvenciones, que a la larga definen lo que puede existir y lo que no. Lo vemos difícil. ¿Cómo vivir de lo que hacemos? ¿Cómo debo inscribir mi asociación, empresa, proyecto, cooperativa, etc., en términos fiscales? ¿Qué porcentaje de IVA e IRPF tengo que tener en cuenta? ¿Cómo puedo cobrar un trabajo puntual si no puedo permitirme inscribirme en autónomos? ¿Cuánto tiempo tengo que dedicar a trabajar gratis para poder llegar a vivir de ello? ¿De dónde se saca energía? ¿Cuánto tiempo consideramos perdido? ¿Se puede llorar? ¿Se puede abandonar porque no tienes apoyo? ¿Somos empresas con patas o personas con inseguridades y sueños?
Si pensamos que para salir adelante la comunidad artística debería suponer un círculo de protección para las personas que lo componen, creo que es necesario proponer una cosa a todos esos espacios y proyectos que han salido adelante y de los cuales sus agentes logran vivir (por humildes que sean sus honorarios). Y es que visualicen su gestión, no en el expreso sentido de dar transparencia a sus cuentas, sino que comuniquen con soltura la manera en la que administran sus espacios y proyectos para que los demás aprendamos: ¿Cómo registraron su proyecto? ¿Qué trámites tienen que realizar? ¿Cuánto IVA e IRPF les corresponde? ¿Qué parte de su capital es subvencionado y qué parte la genera el proyecto? ¿Hay gente contratada y de qué manera? ¿Cuánto tiempo y personal se dedica a cada actividad? ¿Hay pluriempleo? ¿Es necesaria una persona dentro dedicada expresamente a la administración y gestión del proyecto? Jornadas, talleres, charlas… Cada uno con sus medios.
No es cuestión de competencia, es cuestión de complementación y apoyo. Para mucha gente, materializar un proyecto les ha llevado a convertirse en administradora con la práctica y mediante el ensayo y error. Han aprendido en un medio muy hostil y seguramente pueden enseñar muchas cosas a los que venimos detrás, que aprenderemos mediante la observación y la práctica.
El resto de cosas que necesitamos ya las sabemos hacer de sobra, nos basta confiar en nosotros.
¡Ah! Y pido perdón a mi equipo por enviarles tan tarde este texto, espero que lo que he escrito explique el por qué.
Amets Garrastazu