Alberto Díez Gómez
…era el de un viaje de evasión desde mi pequeña nada a la gran nada del cielo
en el que penetraba, para escaparme, con deseo de salvación.
Oteiza.
Contaba Oteiza dos de sus primeras experiencias con la materia y el vacío (1). En la playa de Orio, siendo niño, jugaba refugiándose en las oquedades de las rocas quedando su cuerpo totalmente resguardado. Allí permanecía, al parecer un buen rato, observando el recorte de los bordes del hueco sobre el cielo. Y de camino a Zarauz, en una cantera de arenisca, donde descubriría el todavía juego de horadar la roca. El cincel, cuenta, se lo había fabricado su primo, y es que los primos son con los que más se juega sobre una roca arenisca; ―ustedes habrán vivido momentos muy semejantes.
Sí, yo retengo un momento parecido, sin ser premonitorio de nada, desde luego, si acaso de mi gusto por ensimismarme durante horas con un juego infinito. Nada más. Si dijera que fue elpreludiodemisensibilidadartística, mentiría.
Arnedo, en la provincia de Burgos, es el lugar de aquella roca y de aquel recuerdo. Una pequeña roca arenisca que aflora junto a la casa de la abuela. Pero en la memoria de esta roca estamos todos nosotros, nuestra familia. La mayoría de los primos, si no todos, pasaron por ella. La generación de los más mayores primero: los tres de Madrid y el mayor de Bilbao. Después la generación mediana: mi hermana y otros dos primos de Bilbao; y ya luego, crecidos estos, otros dos primos de Bilbao y yo. Dicen por ahí que luego ha seguido otros, pero yo ahí me pierdo.
Todos trabajábamos en esa labor sin fin como el Oteiza niño. Los adultos de la familia nos dejaban lo necesario y se iba horadando la arenisca bajo alguna chispa naranja del cincel con la roca. Con la roca de la roca, con la piedrecita, pequeñas perlas que formaban la gran masa como hormigonada.
Valentín ―El niño despierta ya el sentimiento trágico de la existencia que nos define a todos de hombre y nos acerca de algún modo a uno de estos tres caminos de salvación espiritual que son la filosofía, la religión y el arte. Que son tres disciplinas, podemos decir, de las relaciones del hombre con Dios, que se mezclan y conjugan en nuestro corazón, pero que técnicamente son distintas e independientes. [2]
Dolores ―Pero cariño, ¿Tú estás seguro de lo que estás diciendo? ¡No hombre, no! ¿cómo van a ser técnicamente (nada más y nada menos) que distintas e independientes?
Valentín ― ¡Que sí, que ya sé por dónde vas!, pero técnicamente son diferenciables… ¡Si lo sabré yo, que maté a mi perro con el azadón!
*
La roca esta toda agujereada por los niños y las niñas de la familia pero ninguno de los hoyos es enteramente mío. Si acaso contribuí a ahondarlos, a ensancharlos, pero ninguno mío… Recuerdo que, más o menos, cada uno tenía el suyo, hasta un primo de la otra parte de la familia que vino unos días de vacaciones, se hizo el suyo. El más perfecto y hondo de todos… El tiempo y el viento los fueron cegando con más arena y pequeñas plantas. Y llegó un momento en que yo les ayudé, decidido a acabar con aquello de una vez por todas, ya cuando los juegos decrecían.
De esta época son dos momentos que guardo bien en la memoria y que nadie sabe, porque nadie lo vio. No se trata de ningún secreto, de algo inconfesable, simplemente son dos acciones que, jugando, hice en soledad y sin que nadie me viera. O al menos sin que nadie se preguntara qué hacía yo ahí tan crecido y tan ensimismado. Porque era puro ensimismamiento aquel juego.
La primera fue excavar de nuevo la arena suelta del hoyo y cubrirlo con una pequeña cabaña hecha de remitas. Una columna central surgía desde el fondo y las demás ramas se apoyaban en aquello formando un círculo. Todo lo tape con pajas secas y luego con un poco de cemento que había sobrado de unas obras de la casa. Reservé un acceso, casi un agujero redondeado, aquello se presentaba como la maqueta de una casa-cueva. Duró algún tiempo, al menos lo que tardamos en bajar a Bilbao y regresar; unos meses. Pensaba que en invierno podría meterse allí algún bicho, yo me hubiera metido ahí sin dudarlo, pero que va… Cuando me acercaba me daba miedo meter los dedos en aquel agujero por si había algo y me atacaba. Nada.
Aquella construcción acabó el día en que cayó una granizada como la que nunca he vuelto a ver. Como se dice en los telediarios: granizos como pelotas de ping-pong. Cuando salí, aquello había quedado como en una guerra. Lo deshice todo, limpié el hoyo y así quedó. Desapareció y estoy convencido de que nadie se había fijado en aquello, ni siquiera para decir «¡ah sí! un juego».
En la segunda ocasión había entrado en una edad en la que se supone que ya no debía jugar allá arriba, quizá unos quince años. Empezaba a no saber cómo relacionarme con aquello, no quería dejar la roca, pero tampoco era cuestión de seguir en ese estado de ambigüedad. El propio cuerpo, que ya había crecido, me hacía cada vez más difícil acoplarme a la roca. No sabía dónde meter las piernas…
Entre los adultos, empezaba a levantar inquietudes ver a aquel chaval ya grande, más alto que la propia roca, escarbando, picando… jugando al fin y al cabo. Un día decidí acabar con aquello. Trencé una pulsera con hilos de cobre y la enterré allí colmando su hoyo de arena. Si ninguna otra generación la ha desenterrado, seguirá ahí.
Después de ese momento seguí jugando un tiempo más, y después ya terminó por sí solo.
Valentín (sobre la roca, termina lo que empezó) ―El que se ha decidido concretamente en la vida por una de ellas y el que no se ha decidido también, hallará en los recuerdos de su niñez, datos de espontánea elección o inclinación, por uno de esos caminos. [3]
Dolores ―! Valentín!, tan solo era un juego…
*
Pues bien, la satisfacción inolvidable, que se me despertó en la cantera, fue perforar la piedra: descubrir el otro extremo libre del agujero. Mi actividad no consistió en otra cosa que hacer agujeros en todas las piedras que podía.
Es ahora que puedo asociar y explicarme estos dos recuerdos. Relacionar mi contemplación del cielo lejano desde el fondo de mi agujero en la arena de la playa, con la fabricación del pequeño vacío, espiritualmente respirable y liberador, del agujero, al alcance de mi mano, en la piedra. Bien: pues si no hubiera, muchos años después y por otros azares, sido escultor, y si de escultor no hubiera concluido mi actividad experimental en un solo y simple espacio vacío, yo hubiera olvidado seguramente estos recuerdos… [4]
Dolores ― Señor Oteiza, con todos mis respetos, usted también jugaba, venga, admítalo. Solo era un juego. Y como esto puede sucederle (y le sucede) a cualquiera, no se entiende esa otra parte: Bien: pues si no hubiera sido escultor…
―Hay artistas ―prosigue Dolores― que creen demasiado en el arte; como hay gente que cree demasiado en Dios, y creer demasiado es dogmatizarse, radicalizarse. ¡Pero ojo! que esto lo dice una heterodoxa.
En algún momento Oteiza declara haberse convertido en un escultor sin esculturas, la peor calaña de entre los artistas… (o algo así)
El texto comenzado a mano e… inacabado.
Ese orden de cuando la gente se iba a dormir al oscurecer, sin más. De cuando al oscurecer no había tele con la que entretenerse, esa es Arnedo. De chispa metálica, reflejo de las lumínicas sobre el suelo mojado, naranja, esa es Bilbao.
Un charco conversa animadamente consigo mismo bajo la lluvia. Ahí abajo, en el agujero del agujero iluminado, centro y nada del mundo; no calla, conversa animosamente, centellea en gris, caucho y algo… y piensa sin detenerse:
¡qué vida!
naranja chispa.
La vida en la época de la noche oscura. Un mundo ahí abajo, a mis pies. Pozo de luz, charco de tiniebla, General Concha. Charco, charquito, pozo… que diría un tierno vasco (putzua, ¡euskarakada!) de sangre ¿charco o pozo? Es una de esas «transiciones semióticas» entre idiomas ―un lingüista lo dirá mejor― que se goza en lo que el charco tiene de pozo y el pozo de charco…; y todo lo que se le pega a una y a otra palabra: charco… de sangre, pozo…de agua, pozo de amargura, charco de aceite, charco… etc. El caso es que este vasco al charco de sangre, asustado, lo llamó pozo.
…Y al volver a casa una ciudad,
sobre la ciudad iluminada…
Teatrillo millennial-costumbrista
Dolores ― Pocillo… pocillo de sopa sucia, ¡General Castillo!
(Silencio breve)
(Continúa Dolores) ―El mundo entero fue lugar del antiguo orden del oscurecer. ¿Te haces una idea? Acabar cuando acababa el sol.
Valentín ―había velas.
Dolores ―Piénsalo, se entienden muchas cosas así. Por ejemplo: Aquí se esta llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan, aunque a oscuras porque es de noche…[5]
Valentín ― Eso lo canta la Rosalía.
(y canta:)
Las uñas en punta, las llevamos stiletto. Uy, Toki’, estoy enamorada… Uy, Toki’, tú eres de respeto… [6]
Déjalo, mami.
*
Cenando Dolores se acuerda de los trepas de su trabajo.
(en el pensamiento se dice:) ―Nunca encontré un alimento que me gustara. De lo contrario, créanme, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y los demás. [7]
(en voz alta) ― ¡Qué bueno que era Kafka!, ¡qué a gusto me quedaba!
FIN
[1] OTEIZA, Quousque Tandem…! Pamiela, 2009. Cap. 75 y 76.
[2] Ibid., Cap. 75.
[3] Ibid., Cap. 75.
[4] Ibid., Cap. 76.
[5] San Juan de la Cruz. Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe. (1582-85)
[6] Rosalia y Tokischa. Linda (letra fragmento). 2021.
[7] F. Kafka. Un artista del hambre. 1922.