N.B./NV

“Un retrato de N.B.” (2020), dirigido por el crítico y comisario de arte Peio Aguirre y presentado en la edición 62 de Zinebi, Festival de Cine y Documental de Bilbao, es un retrato hecho a partir de fragmentos. Retrato o biografía condensada en un documental ensayístico, mediante fotografías encontradas en el hogar del escultor Néstor Basterretxea, entre otros materiales que conforman el vasto (no) archivo de la vida y obra de N.B.

Este es también un texto hecho a partir de fragmentos. Durante el visionado de la película, no puedo evitar que mi mente salte de un lugar a otro. Es más, lo prefiero: no es la intención de este escrito hacer una nota periodística de “Un retrato de N.B.”, por lo que dejo vía libre a las sensaciones, las evocaciones y recuerdos que me produce. Dejo aquí pues anotadas algunas ideas (aparentemente) inconexas, como capítulos de libros diferentes o los días alternos de un diario personal.

El viaje

Numerosos kilómetros separan el caserío Idurmendieta en Jaizubia (Hondarribia) de Nevada. El oeste americano fue el destino de muchas vascas y vascos que emigraron a otros lugares en busca de fortuna y una vida mejor.

El territorio conocido como la Gran Cuenca (Great Basin) se extiende por los Estados de Idaho, Oregón, California, Utah y Nevada, ofreciendo grandes extensiones de tierra idóneas para la trashumancia y el pastoreo. Este no fue el destino de N.B. aunque las fotografías encontradas en el caserío dan cuenta de sus viajes, primero a Francia, luego, como tantas y tantos, también cruzó el Atlántico; N.B. pudo continuar con su carrera artística en Argentina, compaginando su labor como pintor (en esta primera etapa) con su trabajo como dibujante comercial para Nestlé.

Cerca de la Universidad de Nevada, en Reno, donde me encuentro cursando una residencia[1], se encuentra el monumento al pastor de N.B. Bakardadea hace referencia a la vida solitaria que los pastores experimentaban en las llanuras norteamericanas. Estoy muy lejos de casa y la necesidad de hacer presente lo que he dejado atrás me desborda; me siento sola. 

Cosmogonía personal

Allá donde se asentaban, los y las vascas reconstruían las expresiones socio-culturales del lugar de origen; la preservación de costumbres y tradiciones conforma una especie de reminiscencia de la tierra, el hogar, la comunidad dejados atrás.

Los ostatuak, las basque boarding houses o los transit Hotels, recuerdan mucho a un caserío: aunque el techo a dos aguas, necesidad sobradamente probada en un paraje lluvioso, ha sido reemplazada por la arquitectura del saloon del oeste. El caserío lo es más en el interior del basque hotel: el ambiente familiar, la comida copiosa, la música, el baile, el juego, la lengua propia (el euskara), llenan el vacío de los viajeros vascos en el trayecto desde el este hacia el oeste.

En Idurmendieta se han encontrado numerosos bocetos y pequeñas piezas que sirvieron de guía  a N.B. para la realización de Cosmogónica Vasca (1972-1975). Esta serie está compuesta por 18 esculturas que reinterpretan la mitología vasca a partir de los lenguajes de la vanguardia. Las características formales de las diosas, dioses y seres que personifican las fuerzas de la naturaleza y que integran la serie, surgen mientras N.B. lee “Diccionario de Mitología vasca” (1972) del antropólogo José Miguel de Barandiarán. Como asevera el artista[2], esta cosmogonía particular viene a suplir una ausencia o vacío, que radica en el hecho de haber heredado el euskera sin una iconografía; sin una imagen propia, ahora materializada en las formas de cada pieza de la serie.

Se dice que los Harrimutilak (Stone Boys), descubiertos en caminos de lugares montañosos como desérticos de Nevada, eran construidos por los propios pastores, bien para señalar una zona de pasto, bien para visibilizar el camino en días de mala climatología, o puede que por aburrimiento. Los Harrimutilak son apilaciones de piedras que recuerdan a las medidas de una persona (Harrimutila o Stone Boy vienen a significar lo mismo: “chico de piedra”). Apilo algunas rocas en las inmediaciones de Independence Lake, en Tahoe National Forest.

Restos y ritos

De N.B. destaca su abundante obra escultórica, pero es también cineasta. Pienso en el cortometraje “Pelotari” (1964), rodado junto al fotógrafo y director de cine Fernando Larruquert. Para el desarrollo del juego de modalidades de la Pelota Vasca como pelota mano, cesta punta,… es necesario un frontón; el Jai Alai es un deporte muy popular en América, lo que hace que encontremos numerosos frontones diseminados entre Norte y Sur.

Jordan Valley es una pequeña localidad situado en la frontera entre Idaho y Oregón. Desconozco si este es el caso de Jordan Valley, pero la ciudad recuerda a los asentamientos que surgieron a raíz de las explotaciones mineras que abundaban en el oeste y que, ahora, componen una postal fantasmagórica. Hay un frontón en Jordan Valley, a la vuelta de la Calle Yturri Boulevard. El frontón está tan vacío como sus calles, a excepción de una cafetería repleta de camioneros y transportistas que tratan de entrar en calor y mantenerse despiertos con grandes dosis de café. Yo también he encontrado nieve en la carretera desde que salí de Boise.

Tomo esta misma calle para continuar hacia el sur. Compruebo que aunque en Elko, Ely, Winnemucca y Reno sólo queden las ruinas de hoteles vascos o vestigios reconvertidos en restaurantes, el mus sigue siendo la opción de preferencia durante la sobremesa o ya entrada la tarde. En este contexto de carretera, llanura, desierto, pueblos fantasma y clima sin término medio, el mus no se me antoja tanto como juego sino, más bien, como un rito que perdura; un encuentro atávico que forma parte de una cosmogonía a caballo entre dos culturas.

Las escenas del film, que muestran todo tipo de documentos y registros de una vida y una obra, me recuerdan al despliegue de fotografías que la viuda de un pastor hace sobre la mesa. La mujer toma viejas fotografías, postales y cartas de un viejo álbum mientras me cuenta cómo se marchó de casa, los pormenores del trayecto en barco hasta su llegada a Nueva York, el viaje hacia el oeste y como conoció a su marido, emigrante también. Él pasaba mucho tiempo fuera, dice. El patrón le dio nada más que un par de botas, un rifle, un caballo y 200 cabezas de ganado.

Me preguntan si ha cambiado mucho “aquello”, que les gustaría hacer una visita y ver el Guggenheim de Bilbao.

All in

Puede que la cosmogonía en el contexto local haya mutado en cierta medida y que actualmente nos encomendemos a otro tipo de fuerzas menos naturales que las que dieron vida a la mitología del territorio. Por supuesto, las necesidades y los objetivos de la comunidad han cambiado y Euskal Herria ya no es el sitio del que salir, sino el lugar al que ir. Así lo aconsejaba Herbert Muschamp[3] a propósito de la inauguración del Guggenheim.

Así como con la Diáspora Vasca arraigó una parte de esta cultura en diferentes partes del mundo, como Estados Unidos, parte de la cultura americana ha sido inoculada en el País Vasco. El afamado museo, conocido hasta en las esquinas más recónditas del oeste, es símbolo no sólo de una ciudad, Bilbao, sino de toda una región. En el Centro de Estudios Vascos se daban profundos e interesantes debates sobre la procedencia de las dos estudiantes de arte[4] que disfrutábamos de la residencia en Reno, pues, como artistas, procedíamos de “la ciudad del Guggenheim”. Se han escrito ríos de tinta sobre la relación entre el museo y el panorama cultural de Bilbao, pero no es ahora el momento de devolverlos a la mesa.

En el mus, el órdago es la apuesta final. Todo o nada. All in. Pienso en el museo-franquicia como la gran apuesta de las administraciones vascas en un intento por reinterpretar la identidad del territorio: un órdago (hor dago: “ahí está”)[5]. Ahí está la apuesta por una nueva cosmogonía derivada de hacer de lo internacional lo local, consecuencia de un mundo marcado por la globalización.

Retorno: NV/BIO

“Un retrato de N.B.” tiene algo de viaje iniciático.  Aunque por razones diferentes (por necesidad, por obligación o por deseo), este documental es también un retrato caleidoscópico: de muchos y muchas artistas que han dejado atrás la casa natal con el ánimo consolidar una trayectoria profesional más allá del territorio.

Pero, como en todo viaje (especialmente en aquellos con un único billete de ida) existe cierto riesgo de dejarse llevar por los formatos y lenguajes predominantes en las aguas internacionales, surcadas por las corrientes del neoliberalismo. Sin embargo, identifico una lectura que subyace en “Un retrato de N.B.” y que apela al retrato o la biografía de quien, desde el contexto natal, hace de lo local algo de interés internacional.


[1] En 2015 la Facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU me concede una beca para la realización de una residencia artística en el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada. He optado por utilizar el presente histórico como guiño al tiempo que utiliza la voz en off de “Un retrato de N.B.”.

[2] En https://www.youtube.com/watch?v=XLl3HY85uaI y https://www.youtube.com/watch?v=RE_bZVgHpII&t=135s

[3] Herbert Muschamp, «The Miracle in Bilbao», New York Times, 7 de septiembre de 1997, accedido 4 de junio de 2020, https://www.nytimes.com/1997/09/07/magazine/the-miracle-in-bilbao.html

[4] Se seleccionan dos estudiantes (de Grado, Máster y/o Doctorado) en cada convocatoria. No habría sido posible vivir las experiencias que se narran en el texto sin la compañía y el apoyo de Leire Baztarrica.

[5] Tomo esta reflexión de: Joseba Zulaika, Guggenheim Bilbao Museoa: museums, architecture and city renewal (Reno: University of Nevada, 2003).

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