La rueda del autobús gira… señal de que marchamos

Mientras otros trabajan, yo me deslizo callado de casa a la biblioteca, donde callado, escribopienso. O bien me quedo en casa oculto al mundo. En el espacio aturdido, a veces lúcido, vivo grandes momentos en silencio. Me autolibero (por ahora) de otras cargas.

―¡Qué privilegio!, ¿no? ―dice.

―Sí ―responde.

Me extraigo de otros empleos, no sin mermas, y me dedico a no sé qué cosa de no se sabe cómo. Como decía aquella monja: hago lo que tengo que hacer, porque si una mano deseara ser pie ¿Qué ocurriría?… Bueno, pues no ocurriría nada.

―¡Qué miedo al desorden!

―O ¡qué gusto al orden!

Si una mano nunca hubiera deseado ser pie, ¿acaso estaría yo escribiendo esto o cualquier otra cosa?

―Lo preocupante no está en el deseo.

―Lástima sería que a la mano no lo quedara otra que ser pie. O que tuviera que quedarse en mano, sin opción.

Ahora bien, no desesperes por ser pie, mano. Y qué fácil es decirlo…, como si no actuara el veneno del entusiasmo. El de la esperanza.

Lo suyo sería, pues, como una vigorosa conducta que no fuera propiamente hacer, sino estar, estarse en una virtud fecunda, una quietud que se apodera de todo, sí, pero sin sombra de aprovechamiento, de avaricia, sino que se apodera de todo para… irradiarlo. ―Dice Ramón Gaya. Habla de Velázquez, pero ¿no sería esta la conducta del profesor?

―El museo es el lugar donde hay que estar calladito y entender las cosas ―dice un niño. Muy bien ―le contestan.

Para formar parte de algo hay que creer a pies juntillas. Hay que estar bien convencido, ¿y cómo estar convencido en este empleo si todo en él lleva al desconvencimiento? Aquí es imposible cegarse en el convencimiento.

―No creas ―precisa.

―Es verdad, pero también es posible estar convencido sin cegarse.

―Eso es lo mejor ―termina.

Alguien dice: «la ciencia es una escalera», y lo dice convencida de que por una escalera siempre se sube. Pronunció esas palabras pensando en que la ciencia siempre subía la escalera en un movimiento progresivo y ascensional. Y ¿cómo sería el mueble metafórico del arte? ¿dónde lo encontraríamos en la casa? Sería una alfombra de filigrana llena de polvo y migas, donde juegan los niños.

«Podría haber sido así… o de cualquier otra forma». Pues ciertamente, pero la forma es esta. Este es el problema de la forma que pudiera ser cualquier otra, hoy, mañana, esta tarde. Colocando la materia aquí y allá, de aquí y de allá. La constitución de las formas a conveniencia, en el puro deseo. Así hace el arte, situarse en el antojo, lo que provoca la furia de los serios que no consienten que una mano pueda ser pie.

―Pero ¿cómo va a estar ahí el conocimiento?

―¡Qué vergüenza Pepe! ¿Qué hemos hecho mal?

―Una mano solo puede conocer en cuanto a mano, ¡y nada más! Una mano, si quiere ser pie, ¡¿Cómo va a conocer así?! ¡¿Qué va a decir?! ¡¿pero qué va a ser de ella?! ―suspira― nada más que falsedades e invenciones. Perversiones. Degeneraciones.

Ahora bien, ¿puedes tú hacer cualquier cosa, cualquier relación que concluya forma y que esta sirva así sin más? Esto no es posible.

―Lástima grande que no sea verdad cosa tan fácil. Porque eso que todos vemos, ni es eso ni lo conocemos.

Absolutamente inactual. Eso soy.

                ―Y, qué, bien ¿no?

                ―Lo digo con preocupación.

                ―No, que no, ¡qué va!…

                    me importa una mierda.

                    ¿Acaso la rueda del autobús no sigue girando?

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