Estoy, en la inauguración de Un caracol sobre el asfalto, exhibición individual de la Amaia Molinet, en Torre de Aiz, es viernes 18 de enero. Me encuentro mirando atenta los paneles de estucado que emulan mármol, observo cómo las vetas de mármol pintadas encuentran continuidad en grietas de la pared. La pintura se continúa en la pintura. El mismo material, pero con diferentes intenciones y sobre diversas superficie, traza líneas que se unen.
La paradoja de esta coincidencia fortuita entre el estucado decorativo y el comportamiento de los materiales del edificio que acoge la exposición, establecía una coincidencia que deslizó mis pensamientos hacia cuestiones como: ¿qué es la representación?, ¿cómo se construye la mímesis?, ¿la belleza sólo está en el artificio?, ¿qué sucede en el encuentro entre la forma creada y la forma “casual”?
La búsqueda de la representación fiel a la realidad, a lo largo de la tradición del arte occidental, terminó resultando en el desarrollo de la tecnología de la impresión de la luz y su fijación en superficies emulsionadas. La fotografía como tecnología, es razón y parte de que hoy, dentro de esta circularidad, la realidad haya sido sustituida por las imágenes, arrastrando a la práctica artística a un cambio de paradigma en los modos de pensar la representación.
Una de las consecuencias en el campo del arte contemporáneo ha sido el auge de prácticas que retornan al cuarto de las maravillas, la acumulación y el archivo, como forma expositiva. Como dice Baudrilliar, “la potencia del objeto se abre camino a través de todo el juego de simulación y simulacros, a través del artificio que le hemos impuesto” (1). El panel de estucado en la exposición no esconde su factura artesanal, su estética de copiado e imitación de una materialidad. No trata jamás de dejar de ser una representación.
En la sala hay fotografías de caracoles y fósiles, hay pinturas realizadas por caracoles, hay materiales que parecen asfalto superpuestas a fotografías de asfalto y hay fósiles reales. La necesidad de poner la mirada sobre el objeto como ejercicio para el espectador, contraponiendo traducción a representación tiene que ver, parafraseando a Baudrillard, con el reemplazo de la realidad por la imagen.
Algo que parece una veta en el mármol coincide con una veta/grieta real. El valor simbólico y cultural del mármol es indesligable de su lugar destacado en La Historia del Arte, eso también está ahí. La materialidad del panel remite a las esculturas romanas que fueron copias de las griegas, a la centralidad del mármol en la pintura y en la escultura del renacimiento, a su valor comercial por durabilidad, a la fetichización de los objetos realizados con esta piedra.
La vida tiende a la fosilización, esta idea puede dimensionarse en esas grietas que soy incapaz de problematizar cuando las veo irrumpiendo en El Cubo Blanco. Hay una relación entre el tiempo y la construcción de las imágenes y, tal vez por eso, como espectadora me cuesta no poner en diálogo la realidad casual, las obras y las irrupciones.
Sobre los paneles estucados se apoyan fósiles de erizos marinos y caracolas, la huella y la conversión en materia pétrea inerte, lanza un guiño al arte y su intervención en la medida del tiempo. La forma fosilizada traza una línea de sentido, como el camino que ilustran los rastros de la baba de caracol en otra pieza. Rastros que brillan dibujando el itinerario que deja esa impronta sobre una superficie mate color negro, las huellas se vuelven imagen-dibujo. El mismo discurrir de los caracoles en una imagen en video dibujan su andadura sobre sus parientes ya fosilizados. Entre una y otra, construyen un relato sobre lo temporal y la circularidad del tiempo.
Desde una perspectiva artística los fósiles son como una fotografía, un grabado, la impresión en la superficie de un animal o planta que estuvo ahí. Una práctica natural-involuntaria es la autora del fósil así como de las grietas de la pared.En este campo de saberes, como en otros, el fósil es la piedra angular sobre la que apoyamos, de manera especulativa, la lectura de un entorno lejano en el tiempo. Esta distancia y desproporción temporal nos adentra en la ficción del paisaje y sus habitantes.
Restos orgánicos que han dejado animales y plantas hace millones de años, dan sentido científico a algunas de las preguntas que nos hacemos sobre el origen, el lugar del que venimos y, tal vez, el futuro al que nos encaminamos.
Pienso en Sagan con su frase “somos polvo de estrellas” y me alarma la dimensión espiritual y naif que le confiero a la frase. Pero ahí estoy, prendada de este juego que el arte, la geología y mi mirada como espectadora permiten armar alrededor de estos dispositivos que están llevando artificialmente el paisaje al Cubo Blanco (nada aséptico y siempre vivo).
(1) EL COMPLOT DEL ARTE – Ilusiones y desilusiones estéticas, Jean Baudrillard. Amorrortu/editores, colección Nómadas.