La actividad industrial que inundaba ambas márgenes de la ría de Bilbao no son más que ecos que reverberan en la memoria colectiva impregnada en el territorio.
La crisis del metal imbuyó la ciudad y su área metropolitana en un continuo sentimiento de impotencia. La frustración, la rabia generada por las consecuencias del declive de un modelo que se esfumaba se condensó en expresiones artísticas como la música, cuya influencia aún se advierte en el contexto socio-cultural presente.
Si bien he nacido una década más tarde de que la actividad del Alto Horno nº1 de Sestao cesara y se presentaban síntomas de mejora, la generación posterior sentíamos nuestras las reivindicaciones de una rabia latente.
Amanece en el puerto de Santurce.
Dos jóvenes que se encuentran de fiesta hablan sobre el futuro. Desde la cima del monte Serantes se observa la vastedad de la margen izquierda, ahora sin humo sobre acerías, hornos, plantas químicas y barrios cercanos a la ría.
En las alturas, otra conversación cuestiona los ritmos impuestos por la sociedad capitalista actual.
La discusión continúa en una humilde casa del barrio de Mamariga, en una habitación repleta de fotografías, viejos carteles, vinilos y discos de música, retales y pedazos de pancartas, recortes de prensa y dibujos.
Somos intrusos en esa habitación: las generaciones posteriores no hemos conocido las crudezas entre las que crecieron grupos como Eskorbuto, RIP, Zarama, Vulpes, Cicatriz, MCD o Vómito. No hemos conocido la irrupción del caballo, no hemos enterrado a nadie joven, no se nos considera sujetos peligrosos, no hemos vivido en la marginalidad, en los bordes del sistema.
Prácticamente, lo hemos tenido todo al alcance de la mano, ¿es posible ser punk habiendo nacido en la década de los 90 o en los años 2000?
La estancia parece haberse mantenido intacta hasta hoy. Algo sí parece que hicimos los que vinimos después: los objetos contenidos en la habitación inducen una sensación de reliquia; sus protagonistas, la presencia de un mito.
“Al final, el mito lo que hace es distorsionar la realidad” (Generación Anti Todo 2018).
Generación Anti Todo, es un documental entre la realidad y la ficción que entabla un diálogo entre dos generaciones distantes pero unidas por el hilo conductor de la música punk a través de la conocida banda santurtziarra Eskorbuto, la cual aglutinó agudamente las protestas de una generación sin futuro.
“Generación Anti Todo se estructura como un diálogo dinámico entre generaciones acerca de la música, el ejercicio de la autoexpresión o el impulso de rebeldía. Profundiza en temas como la libertad y la independencia y reflexiona sobre la sociedad en la que nos criamos. Es un espejo entre padres e hijos, contrastes de dos generaciones que se enfrentan entre ellas mediante conversaciones para entender el mundo en que estamos, todo ello a través de la mirada de Eskorbuto, un grupo punk que ha transcendido edades y fronteras” (Saregabe 2018).
La narrativa entretejida a partir de los diálogos me devolvía a las charlas que mantenía con mi madre y mi padre a la hora de la cena, o los sábados y domingos al mediodía.
Acababa de pasar del casette al compact disc y quería estrenar el reproductor portátil (era enorme, pero entraba en el bolsillo de la sudadera y podía llevármelo conmigo cuando salía a la calle), así que me compré algunos CD´s de música horrorosos cuyos autores y autoras no mencionaré aquí.
De algún modo, habían llegado a mis manos numerosos discos de música punk, no sólo de Eskorbuto. Escuchando aquellas letras se dibujaba en mi cabeza una realidad muy distinta, nada que ver con las letras sobre amores imposibles y noches de verbena que venía escuchando.
Y por supuesto, empezaron las preguntas en ambas direcciones, un diálogo entre generaciones: ¿quiénes eran?, ¿por qué dicen esto?, ¿por qué lo otro?, seguidas de “¿pero qué haces escuchando eso?” (No porque no estuvieran de acuerdo con los contenidos, creo que la sorpresa por parte de mi madre y mi padre era por otro motivo: ¿Aún suenan? ¡Si son de mi época!).
No voy a entrar a desgranar las batallas de la pre-adolescencia que vino después, ni las peleas sobre qué sonaba en la furgoneta de camino al pueblo: no es que “mírala, mírala, mírala, mírala: la puerta de Alcalá” no tuviera punch como música de carretera, es que como joven recién concienciada, prefería los mensajes de El Drogas y Evaristo.
No nacimos en aquella época, lo hicimos mucho después. Nuestras desgracias de pre-adolescentes y jóvenes frustrados por a saber qué, nada tienen que ver con las vicisitudes de aquel entonces. No los conocimos ni prácticamente sabemos quiénes son, pero nos llegaron sus letras, y de esas letras, rescatamos una forma de ver y entender lo que nos rodea:
La música de Eskorbuto, como la de muchos otros grupos, fue para mí y otros tantos coetáneos una primera toma de contacto con la realidad, una base sobre la que empezar a construir una mirada crítica.
Iñigo Cobo (1992)
Director y guionista. Es integrante de la productora Saregabe (www.saregabe.eus). Desde 2013 impulsa el Festival de Cortos de Santurce Santurzine (www.santurzine.es).
NOTAS
La imagen ha sido extraída de http://www.saregabe.eus