Por Sara Valverde
Acabado el curso, abandonadas las aulas, terminados los trabajos, cerrada la agenda, y apagado el despertador escolar, llega el verano y las vacaciones. No obstante, la inquietud transferida, activada y despertada durante nueve meses es casi necesidad en cada uno, cada una, que permanezca con nosotras e incluso crezca aún más en estos tres meses de sosiego, ¿y por qué? Porque fuera de la obligación ‘reglada’ de tener que cumplir con objetivos y entregas para una cifra final de la que dependeremos entre otras salvaguardas de nuestro futuro, las becas, nuestro campo profesional, y espero suponer que en el resto puede ocurrir también, existe ese disfrutar, ocio, como muchos le mal llaman, con lo que hacemos, hacen y queremos hacer.
A donde quiero llegar es que nuestras inquietudes son parte de nosotras y de nuestro labrar artístico, muchas veces más personal que profesional, además de costarnos un arduo trabajo y penosa remuneración. En este sentido, puede que sirva de alivio escuchar la experiencia de casi futuros compañerxs de profesión, de ‘pringadxs’ aunque afortunadxs, que nos comparten su experiencia y con lxs que incluso vemos reflejada nuestra meta. Es por ello que en esta temporada estival, la universidad como institución académica, amplía su oferta y organiza diversos cursos de verano. Es importante que no sólo en estos espacios sin una calificación de notas, sino también durante el curso en las aulas, se rompan de una vez por todas con esas transmisiones unilaterales de profesor alumno que mastica y escupe sin margen a la mutación de saberes, opiniones y visiones.
Ocurrió durante la segunda semana de junio en el centro de Bilbao, la iniciativa Territorios y Fronteras fue de los primeros cursos en abrir la temporada a estas extraescolares estivales, bajo el subtítulo ‘El cine documental una caja de resistencia’. Ya esta sentencia señala las primeras fronteras escurridizas del cine-documental. El documental como pieza audiovisual creado desde la ficción, desde la no ficción, desde diferentes geografías, ámbitos, campos de poder, el de la industria o el de la (auto)producción underground. Lo interesante es que no cabe duda de que se trata de un producto creativo más. Y digo más porque aunque nos separen y nos categoricen como creadores por facultades, convocatorias, subvenciones, circuitos de exhibición y demás territorios que excluyen -quiero pensar que quizá por ¿eficacia práctica?-, lo cierto es que las coincidencias entre disciplinas o inclusive los choques y contradicciones entre ambas, son precisamente las que nos demuestran el derrumbe de esas fronteras y encuentran muchos más caminos secantes que paralelos.
Sin embargo se tiene que dar este confluir para ampliar territorios, y es importante que se produzca también desde la academia. La academia como espacio de producción teórica que investiga sobre el qué, cómo, por qué, para qué creamos lo que creamos; no obstante en ese proceso llega con facilidad el encasillamiento y clasificación de todas las prácticas bajo etiquetas estáticas, originándose géneros ficticios como ha sido y es para muchos críticos ‘el cine español’. Pero oiga, ¿cine de ficción?, ¿documental? ¿vídeoarte?, ¿cortometraje documental?, ¿cortometraje de ficción?, ¿videoarte documental?
En la variedad está la riqueza, y sobre todo el poder apre(he)nder conocimiento en colectivo y en diálogo sobre/con lxs que están y hacen; lxs que hacen y teorizan; lxs que no hacen y teorizan, lxs hacen y no teorizan, lxs que aprenden y aportan.